Superando el síndrome del impostor
Durante años oculté mi arte por miedo a no ser suficiente. Hoy, amo cada trazo que hago y quiero contarte cómo superé el síndrome del impostor
Andrea Muñoz
2/11/20252 min read


Cómo superé el síndrome del impostor y aprendí a mostrar mi arte
Durante años, viví con la sensación de que lo que hacía nunca era suficiente. Dibujaba todo el tiempo, pasaba horas frente a mi computador o iPad creando cosas que terminaban guardadas en una carpeta olvidada. No era que no me gustara ilustrar, porque lo amaba, pero sentía que lo mío no estaba al nivel de los demás. Miraba el trabajo de otras personas y pensaba: esto sí es arte, lo mío no.
Cuando sentía un poco de confianza, mostraba mis ilustraciones solo a personas cercanas. Sabía que me dirían algo bonito, algo que me diera un pequeño alivio. Pero en el fondo, esa validación nunca era suficiente, porque en mi cabeza pensaba: "me lo dice solo porque me quiere"
El miedo a no ser suficiente
Pasé mucho tiempo escondiendo mi creatividad. Dibujaba e ilustraba, pero sin intención de compartirlo. Y si lo hacía, era con miedo, esperando que nadie lo viera demasiado. Porque si no les gustaba, eso significaba que yo no era lo suficientemente buena.
Lo peor es que en ese momento no veía lo injusto que estaba siendo conmigo misma ni que estaba midiendo mi arte con una vara que ni siquiera era mía.
El día en que dejé de esconderme
No hubo un momento exacto en el que todo cambió, pero sí fue un proceso. Poco a poco entendí algo que ahora me parece obvio, pero que en su momento no lo era: yo dibujo para mí. No para recibir aprobación, no para que los demás me digan que es bonito. Dibujo porque me gusta, porque me nace, porque es parte de mí.
En este camino, aprendí a hablarme con más cariño, a dejar de ser mi peor crítica. Como dice la canción de Camilo Querida Yo: tranquila y deja ya de tratar impresionar, lo que tienes es suficiente" Y así fue. Cuando dejé de compararme y empecé a disfrutar mi proceso, me di cuenta de que lo que hacía ya era suficiente, simplemente porque era mío.
Cuando entendí eso, algo hizo clic. Seguí ilustrando, pero esta vez con menos miedo. Dejé de compararme tanto y empecé a valorar lo que hacía, no porque alguien más me dijera que era buena, sino porque simplemente me gusta hacerlo. Y algo maravilloso ocurrió: pasé de no gustarme casi nada de lo que hacía a amar cada cosa que hago. Incluso aquellas ilustraciones que antes habría descartado, hoy las miro con cariño, porque sé que son parte de mi proceso, de mi evolución y de mi esencia.
¿Lo superé?
Sí, y no. Porque aunque hoy puedo decir con certeza que ya no siento vergüenza de las cosas que hago, todavía hay días en los que aparece la duda. La diferencia es que ahora sé cómo callarla.
Hoy en día, si no comparto algo, no es por miedo o inseguridad. Es simplemente porque no me gusta lo suficiente, y eso está bien. Pero lo que sí muestro, lo hago con orgullo. Porque es mío. Porque lo disfruto. Porque amo lo que hago.
Si alguna vez has sentido que no eres suficiente, quiero decirte lo que me habría gustado escuchar hace años: sí lo eres. No necesitas validación externa para que tu arte valga. No tienes que esperar a sentirte “lista” para compartir lo que haces. Lo que creas ya es valioso, simplemente porque viene de ti.